miércoles, 25 de febrero de 2009





Bajo la luz de la luna
mi guitarra y yo vagamos
por donde nadie ha pasado.
Cerca del río, que se llevó
la esperanza, la felicidad de estar contigo.
Sabor a niebla, se cuela por las cuerdas y clavijas,
cruzando y acariciando a la vez;
cesando esa sed de melodía
que crece pura durante todo el día.
Guitarra amiga mía,

duerme en lo lecho sombrío
protege mi alma del vacío.
Llena de paz todo mi ser.
Sujétame cada vez que resbale,
confiaré en que siempre estarás
junto a mi corazón.
El silencio cubre la habitación,
con su manto de frío calor.
La música renace en mi interior.
Momentos de felicidad,
vivo al despertar
cuando veo que sigues junto a mi.
El aroma a ritmo me ahoga
al saber que tú ya no estás.
Y no me dejas otra alternativa
que seguirte noche y día
es mi eterna agonía.

"Lo que alguna vez quiso ser canción, se ha convertido en palabras que se escabullen al olvido"

Agonía en grados


Cada mañana que despertaba mareada, era relativamente normal. La resaca era prácticamente mi alma, y sin ella no existía nada más que oscuridad y perdición.
La euforia subía cada vez que bebía; el ron, el whisky, el tequila, el agua ardiente, la cerveza, iban y venían, y mis dedos no soltaban el vaso, a menos que estuviese vacío y listo para ser llenado otra vez. Cada trago era más dulce que el anterior. Día a día me sumergía en sueños, mi subconsciente funcionaba a la perfección. Aunque el grado de alcoholismo presente en mi cuerpo era bajo, recibía a diario las críticas de la sociedad que me rodeaba, por no llamarle familia entrometida. Si lo miramos desde afuera, es muy sencillo decir ¡déjalo! Pero si lo tomamos desde el interior, resulta ser más complejo, ya que se ha transformado en una adicción. Adicción que sabía que existía, pero que no podía dominar, era superior a mí en todo sentido. Intenté buscar ayuda, pero mi andar era detenido por la sequedad de mis papilas gustativas, que reaccionaban ipso facto al pasar frente a un bar de mala muerte. Mi vida era miserable, según podía concluir de los comentarios que recibía a diario. Vivía en un departamento a las afueras de la ciudad, un departamento con una habitación, un baño común que se encontraba en el patio de atrás, una radio, un banco, una mesita, y una cama apolillada. Comía en la iglesia, aunque suene deprimente, era lo que me había tocado vivir, y no podía hacer nada para remediarlo. A mis 29 años debería estar trabajando, pero como el mundo en general esta en crisis, sigo desempleada. Ahora no recuerdo muy bien que es lo que estudié en la universidad, pero debió ser una carrera muy mala, ya que no tenía pega. Hundida en la miseria que me hacía compañía a diario, y los pocos pesos que me quedan del apoyo estatal para desempleados, bajé en dirección al bar más cercano. Son aproximadamente las diez de la mañana, acabo de levantarme con resaca, pero no recuerdo muy bien como llegué hasta mi hogar, pero a fin de cuentas estoy sana y salva, así que el resto es algo netamente irrelevante. La sed invadía mi garganta a medida que avanzaba por el camino soleado, mi sangre comenzaba a enfriarse, necesitaba un trago, sólo uno más. Prometo dejarlo luego de este. El bar estaba cerrado, con todas mis fuerzas golpeé, nadie contestaba, mil patadas le proporcioné a la puerta, nadie abría, ni los gritos de desesperación fueron suficientes para que alguien me socorriera en mi ademán siniestro. Cabeza gacha, regresé por donde me vine, pero todo había cambiado. Estaba oscuro, y eso me parecía extraño; si hace cinco minutos eran las diez de la mañana, y me había levantado hace no más de media hora. La calle abandonada, llena de cartones, diarios, basura, vagabundos, ¿qué es lo que estaba ocurriendo? Por un momento llegué a creer que no eran las diez de la mañana, pero como iba a ser posible de que yo viera mal la hora. Me detuve, porque necesitaba descansar y ordenar mis ideas. Me perdí. Un viento calido rozó mi piel. Corrí desesperadamente calle abajo, o calle arriba, pues no sabía muy bien en que lugar me encontraba. Mientras avanzaba la oscuridad aumentaba, cada paso que daba era más lúgubre que el anterior. Sentía que millones de voces me trataban de decir algo, pero no discernía ni una sola sílaba. Roces de manos gélidas contra mi cuerpo, mis brazos, mi cara, mi pelo. Roces que se volvían estremecedores a ratos. Un olor extraño se insertó en mi nariz, indescriptible, pero parecía ser que mi cuerpo reaccionaba bien a el, sentía mis pulmones aliviados, y energía para correr. Que libertad poder ir deprisa al lugar que yo estimara conveniente. Decidí ir a la plaza principal que quedaba en… Acabo de darme cuenta de que no tengo idea en el lugar que estoy. Una gota se deslizó por mi mejilla, y pude notar como la presión en mi cuerpo disminuía. Dejé de correr instantáneamente, y caí al suelo.
-1,2, 3 contacto- oí desde la lejanía, una voz alterada daba órdenes, y lo último que escuché fue un grito desesperado, pero no fue cualquier grito, pude reconocer perfectamente la voz que necesitaba de mí, era él, mi amigo sin igual, el alcohol.



"Cruda realidad de mucha gente"

domingo, 22 de febrero de 2009

Concierto Barroco


Vivaldi tocaba
un largo al revés.
El sol se moría
cansado del día
al atardecer.
¡No te vayas! ¡Ven!
No ves que no puedo
mirarte ni ver.
La luna en el centro
de la frigidez
y el silencio muerte
al atardecer.
¡No te vayas! ¡Ven!
insiste Albinoni
"A cinque concerte"
La viola libera
cifras del papel
un chelo muy grave
las vuelve a prender.
Allegro del llanto
al atardecer.
¡No te vayas! ¡ven!
No ves que la muerte
me quiere coger.
Sonatas de hielo
pueblan mi través,
y suenan trompetas
de llamada ¡Ven!
Van llamando ausencias
con su voz de miel:
¡No te vayas! ¡Ven!
LLantos de guitarra
vibran en trompel.
Mira que no puedo
ya moverme ¡ven!
Arterias de piedra
sobre mis dos pies
y Haendel soñando
el número diez.
¿Por qué me abandonas?
¡No te vayas! ¡ven!
no ves que me muero
este atardecer.
Caprichio finale
Flautas y un rabel.
Resuenan los cascos
ya de su corcel
Andante maestoso
Sonata. Purcell.
El tiempo se rompe
este atardecer
¡Ya no vengas! ¡Vete!
Ya soy del ayer.

"Este poema no es mío, es de un autor Anónimo, del cual estoy eternamente agradecida, ya que me sirvió para un trabajo de literatura..."

Amor


Amé, desde el primer momento en que te vi
Amé, cada palabra que salió de ti
Amé, todas tus hazañas y proezas
Amé, cada parte de tu magnificencia

Amo, todo lo que haces
Amo, todo lo que tocas
Amo, todo lo que dices
Amo, todo lo que provocas

Amaré, aun más si tu amor es para mí
Amaré, como una niña cuando corra hacia ti
Amaré, cada momento que pase junto a ti
Amaré, sin más remedio, o sólo esperaré morir.

"Palabras que algún día obsequiaré a esa personita especial"

sábado, 21 de febrero de 2009

Eclipse de Luna llena... mi salvación.


Eran las tres y media de la mañana, y yo estaba saliendo del turno de noche del Hospital del pueblo. Las calles estaban oscuras, no había ningún ánima, según mi mente objetiva. Con lo que a mi respecta los espíritus son fundamentos básicos que la gente le da a reacciones naturales, como son al cambio de temperatura. Hasta hace un par de años atrás, estaba convencida de que los eventos paranormales, espectros, que todos conocen a la perfección, no existían en el mundo en el que vivía. Mi objetividad me cegaba, hasta el punto de que el dolor humano lo asociaba a la anatomía, y el sentimiento lo dejaba netamente de lado, un tanto sádica mi forma de pensar, pero era la única que conocía. En el pueblo se rumoreaba la existencia de un sicópata, habían desaparecido siete adolescentes de distintos colegios y clases sociales. En el pueblo había toque de queda, muy parecido a lo que ocurría en un golpe de Estado. La gente no tenía una vida tranquila, vivía atemorizada, con la preocupación de “en que manos dejaban sus cabezas noche tras noche bajo la almohada asfixiante”. La luna llena iluminaba mi andar, a paso lento y firme, solía llevar un abrigo largo y negro, que abrigaba mi cuerpo gélido, pero esta vez lo había dejado en mi despacho. La bruma comenzó a invadir mi campo visual. Y el frío se empezó a colar por cada poro de mi piel. Al pasar por la avenida principal, sentí un grito ensordecedor, acompañado del ulular del viento corrí en dirección a la desesperada llamada de auxilio. Pude divisar un cuerpo enorme, vestido de colores oscuros, con un gran sombrero negro, y un cuerpo desvalido en medio de la calle. Me escabullí entre la niebla, y seguí el rastro de lo que parecía ser el sicópata del pueblo. Por un callejón oscuro, que no sabia que existía, sigilosamente lo seguí. Dobló a la derecha, y se perdió entre unas cajas de cartón. Un paro cardiorrespiratorio fue lo que me debió pasar, al ver como ese enorme ser se perdía entre unas cajas. Para mi sorpresa fue que debajo de las cajas, había una trampilla. La abrí con todas mis fuerzas, pesaba un ciento. Una escalera mohosa, y un olor que conocía bien, el olor a cadáver descompuesto se colaba a través de la trampilla e inundaba mis fosas nasales. Descendí con temor, una sensación que no experimentaba desde mi primera cirugía. El suelo estaba endeble. Resbalé, pero logré sostenerme de la baranda de la escalera. Llegué, y seguí un camino húmedo, pero con una luminosidad espléndida. Pude notar el color rojo de las baldosas, con textura de coágulos por donde pisaba. La luminosidad acababa al final del pasillo, en donde había una puerta estilo medieval, con puntas metalizadas. Un sonido de muerte llegó a mí. Era un sonido escuálido, se sentía como un desgarro de piel. Asomé cuidadosamente mi cara, a través de los barrotes de la puerta, y pude observar como un ser devoraba a la victima que pidió auxilio hace diez minutos atrás. Pude notar, como el lugar estaba lleno de frascos, en los que se encontraban extremidades, ojos, lenguas, mandíbulas, muy bien resguardadas. Pude notar que la bestia era torpe, y no se percataba de mi presencia. ¿Esta sería el sicópata del pueblo? ¿La causa de las desapariciones? Con esta brutal masacre, mi subconsciente reaccionó. Di un grito de pavor, para mi mala fortuna la bestia se percato de mi presencia, me miró con unos ojos grises que se fueron transformando en rojos a medida que iba acercándose a mi. Inmediatamente, y sin mandar ninguna orden a mi cerebro, mis piernas comenzaron a correr, resbalaba a menudo con el musgo y los restos de sangre que habían en el suelo. El rugido del animal a mis espaldas aumentaba a medida de que yo me acercaba a la escalera. Corrí con todas mis fuerzas, casi quedando sin aliento llegué a la escalera. Subí con el poco oxígeno que me quedaba, salí y tropecé con las cajas de cartón. A saltos y brincos me incorporé, seguí corriendo, y el rugido lo sentía firme detrás de mí. Llegue a la calle principal, y pude observar como una gran nube tapaba el cielo, la bestia se detuvo ante mí. Y sorprendentemente comenzó a revolcarse en el suelo. Gritaba, sentía dolor al parecer. De pronto, pude observar como ese cuerpo bestial, se transformaba en un ser, un ser igual que yo, un humano. Tratando de levantarse, y entumecido por la fría lluvia, soltó una carcajada demoniaca, y yo despavoridamente corrí calle abajo y me perdí entre la niebla.



"Entre las pesadillas que abundaban en mi niñez, aparecían los hombres lobos"

Pesadilla

Su voz varonil penetró mis oídos, cómo un coro de ángeles. Su acento bonito, su buena dicción y labia me entusiasmaron del primer hola a tra...