miércoles, 25 de febrero de 2009

Agonía en grados


Cada mañana que despertaba mareada, era relativamente normal. La resaca era prácticamente mi alma, y sin ella no existía nada más que oscuridad y perdición.
La euforia subía cada vez que bebía; el ron, el whisky, el tequila, el agua ardiente, la cerveza, iban y venían, y mis dedos no soltaban el vaso, a menos que estuviese vacío y listo para ser llenado otra vez. Cada trago era más dulce que el anterior. Día a día me sumergía en sueños, mi subconsciente funcionaba a la perfección. Aunque el grado de alcoholismo presente en mi cuerpo era bajo, recibía a diario las críticas de la sociedad que me rodeaba, por no llamarle familia entrometida. Si lo miramos desde afuera, es muy sencillo decir ¡déjalo! Pero si lo tomamos desde el interior, resulta ser más complejo, ya que se ha transformado en una adicción. Adicción que sabía que existía, pero que no podía dominar, era superior a mí en todo sentido. Intenté buscar ayuda, pero mi andar era detenido por la sequedad de mis papilas gustativas, que reaccionaban ipso facto al pasar frente a un bar de mala muerte. Mi vida era miserable, según podía concluir de los comentarios que recibía a diario. Vivía en un departamento a las afueras de la ciudad, un departamento con una habitación, un baño común que se encontraba en el patio de atrás, una radio, un banco, una mesita, y una cama apolillada. Comía en la iglesia, aunque suene deprimente, era lo que me había tocado vivir, y no podía hacer nada para remediarlo. A mis 29 años debería estar trabajando, pero como el mundo en general esta en crisis, sigo desempleada. Ahora no recuerdo muy bien que es lo que estudié en la universidad, pero debió ser una carrera muy mala, ya que no tenía pega. Hundida en la miseria que me hacía compañía a diario, y los pocos pesos que me quedan del apoyo estatal para desempleados, bajé en dirección al bar más cercano. Son aproximadamente las diez de la mañana, acabo de levantarme con resaca, pero no recuerdo muy bien como llegué hasta mi hogar, pero a fin de cuentas estoy sana y salva, así que el resto es algo netamente irrelevante. La sed invadía mi garganta a medida que avanzaba por el camino soleado, mi sangre comenzaba a enfriarse, necesitaba un trago, sólo uno más. Prometo dejarlo luego de este. El bar estaba cerrado, con todas mis fuerzas golpeé, nadie contestaba, mil patadas le proporcioné a la puerta, nadie abría, ni los gritos de desesperación fueron suficientes para que alguien me socorriera en mi ademán siniestro. Cabeza gacha, regresé por donde me vine, pero todo había cambiado. Estaba oscuro, y eso me parecía extraño; si hace cinco minutos eran las diez de la mañana, y me había levantado hace no más de media hora. La calle abandonada, llena de cartones, diarios, basura, vagabundos, ¿qué es lo que estaba ocurriendo? Por un momento llegué a creer que no eran las diez de la mañana, pero como iba a ser posible de que yo viera mal la hora. Me detuve, porque necesitaba descansar y ordenar mis ideas. Me perdí. Un viento calido rozó mi piel. Corrí desesperadamente calle abajo, o calle arriba, pues no sabía muy bien en que lugar me encontraba. Mientras avanzaba la oscuridad aumentaba, cada paso que daba era más lúgubre que el anterior. Sentía que millones de voces me trataban de decir algo, pero no discernía ni una sola sílaba. Roces de manos gélidas contra mi cuerpo, mis brazos, mi cara, mi pelo. Roces que se volvían estremecedores a ratos. Un olor extraño se insertó en mi nariz, indescriptible, pero parecía ser que mi cuerpo reaccionaba bien a el, sentía mis pulmones aliviados, y energía para correr. Que libertad poder ir deprisa al lugar que yo estimara conveniente. Decidí ir a la plaza principal que quedaba en… Acabo de darme cuenta de que no tengo idea en el lugar que estoy. Una gota se deslizó por mi mejilla, y pude notar como la presión en mi cuerpo disminuía. Dejé de correr instantáneamente, y caí al suelo.
-1,2, 3 contacto- oí desde la lejanía, una voz alterada daba órdenes, y lo último que escuché fue un grito desesperado, pero no fue cualquier grito, pude reconocer perfectamente la voz que necesitaba de mí, era él, mi amigo sin igual, el alcohol.



"Cruda realidad de mucha gente"

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