miércoles, 25 de diciembre de 2013

Impulso

Me arden los pies, y noto esa sensación punzante en la punta de mis dedos. Son los zapatos que me aprietan luego de tantas horas de camino recorrido. Me descolgué de ellos, ahí estaban tan blancos como siempre, pero llenos de ampollas y sangre, he ahí el dolor. Dejé mis zapatos tirados y seguí caminando. La calle me caldeaba los pies, el sol pegaba fuerte en el asfalto. La gente no me importaba, la esquivaba, era verano.La gente ama el verano, la arena, la playa, el campo, el sol, el cáncer de piel. Intenté pensar, me gustaba elevarme en un ensimismamiento indecoroso, lo hice. Mil pensamientos daban vueltas como torbellinos en mi cerebro o en lo abstracto del pensar. Volví en sí y me senté sobre una roca que estaba en la orilla de la playa, las olas chocaban frescas y las gotas de su explosión acariciaban mi cara. El sol pegaba fuerte en mi nariz, sabía que después se descascaría, pero eso no importó. El mar, eterno, interminable, me gustaría explorarlo más allá de lo que mis ojos alcanzan a ver en el horizonte, miré mis piernas, y las acaricié, seguían tan pálidas como siempre, me ardían, era el sol. Escondí mi cabeza entre mis rodillas, buscando un poco de oscuridad, las gafas no eran suficientes para ocultar la luminosidad de mis ojos, y pronto me empezaría a doler la cabeza. Levanté la cabeza, la sacudí. Era precioso, parecía un sueño, intenté hacer algo loco para ver si estaba soñando, pero sentí miedo, pues si era real, caería de boca abajo entre las rocas. Caminé, por la orilla, y pegué un salto hacia la arena. La playa estaba inhóspita, el sol empezaba a ocultarse, y la gente empieza migrar hacia sus casas. Avancé por la arena, disimulando el dolor en mis pies heridos, la arena y la sal hacían su labor, era un martirio. Un hombre sentado, me llamo la atención. Me acerqué, y me senté casi a su lado, guardando la distancia que una desconocida puede guardar. No se inmutó con mi presencia, yo lo seguí observando. Pude analizar su perfil , una nariz puntiaguda, unas pestañas muy largas, y unos ojos perdidos en el horizonte. Sus brazos, bronceados y con musculatura media, como si hiciera flexiones un par de veces a la semana, su cuerpo descubierto de la polera, dejaba a la vista un pecho lampiño, y una clavícula maravillosa. Sentado sobre un short naranja, con las piernas dobladas y los pies escondidos bajo la arena. De pronto su mirada volvió, y giró su cabeza hacia mí, me observó, unos ojos cafés un tanto tristes se encontraron con los míos. Una mueca, entre risa y lamento se dibujó en sus labios, por cierto muy finos y delicados. Rápidamente rompí la tensión y miré hacia otro lado. No articulé ninguna palabra, y él tampoco. Me encogí de hombros, y acerqué las rodillas a mi pecho, escondí mi cara entre ellas, sentía vergüenza, pero por qué? Me levanté, y sacudí la arena de mi cuerpo. Caminé hacia el mar, metí los pies en el agua, fue un alivio. No quise mirar hacia atrás, donde estaba este hombre tan misterioso, de pronto sentí que algo estaba muy cerca a mi. Sentí miedo, y no quise moverme. Unos dedos largos, se deslizaron por mi cabello, y en acto seguido se me puso la piel de gallina. Fue algo extraño, un repelús exquisito, pero macabro. Di tres pasos hacia delante. Y una vez más, se deslizaron esos dedos por mi cabello. Suaves, acariciándome, una y otra vez. Me volteé y era él. Pude ver su sonrisa de oreja a oreja, mostrando los dientes, unos colmillos afilados me cautivaron enseguida. Abrí la boca para preguntarle que quiere, y rápidamente uno de sus dedos silenció mis labios. Sentí nervios, y miré hacia el suelo. Levanto mi cara y miró fijamente mis ojos. Me desprendí de su encanto, dándome vuelta. Un brazo tironeó de mí, haciéndome volver. Estaba asustada, que ocurría. Ni siquiera en los más oscuros pensamientos, había imaginado algo así. No sabía cómo manejarlo, me dejé llevar, en esta nube de colores y aires medios cálidos que se desprendía en el ambiente, él tomó mi mano y la colocó en su cara, la acaricié. Me resultaba extraño, empezaba a calcular cada movimiento, y ya no lo disfrutaba. Acercó su cuerpo a mí, y pude notar algo más que emoción entre sus ropas, quise correr, pero a dónde? Mis brazos cayeron a mi lado, no tenía intención de tocarle, a aquel extraño de cuerpo hermoso, no tenía deseos de acariciarle. Me apretó fuerte, y mis costillas lo lamentaron, solté un pequeño jadeo de dolor, y él hizo caso omiso a ello. Me atrajo despacio hacia el suelo, sentí la arena entre mi pelo, y casi se me metía por los oídos, acercó su aliento al mío, y yo corrí mi cara hacia un lado, con firmeza sujetó mi cara, y robó de mis labios un doloroso pero dulce beso, nunca había sentido algo parecido. Sentí deseos de besarle, y lo hice, correspondida por este ser, que había caído del cielo, o había subido del infierno. En medio de esta danza, sus manos subieron por mi camiseta, y la jalaron, hasta arrebatarla, sus ojos se posaron en mi cuerpo, quedaban al descubierto un par de cicatrices, de aquellas que la vida te deja, él las tocó una a una, acaricié su pecho, tan suave y libre de vellos. Por un segundo tuve un impulso de valor, y toqué más de lo que mi yo interior me permitía, pude ver sus sonrisa, me derretía. Se despojó de sus pantalones cortos, y me quitó los míos, nunca había sentido tanto calor entre mis piernas como esta noche de verano. Acercó su cuerpo al mío, y con delicadeza lo hizo uno solo. Con un movimiento lento, penetraba más allá de mis sueños, mi deseo incrementaba con los segundos, quería que fuera eterno. Esa sensación de nervios, y ese tiritar de las extremidades, me delataban, sentía placer. Sujetó mis piernas con fuerza, y yo me cogí de su espalda, deslicé mis dedos por ella, la acaricié, abrí la boca y jadeé tanto como fui capaz de hacer, sus manos recorrían mi cuerpo, se posaban sobre mí y pellizcaban dulcemente. Me senté sobre él, y deslicé mi cuerpo sobre el suyo. Me sujeté de sus caderas, y pude bajar al infierno. Un ruido apuñaló mis oídos, un jadeo desgarrador me hacía enloquecer. Sus manos sujetaron mi cabeza, y la movía en varias direcciones. Sólo tenía que aguantar la respiración, para no ahogarme en un suspiro. Cerré los ojos, y al abrirlos estaba abrazando a aquel extraño, sus brazos rodeaban mi cuerpo, y su cabeza se posaba en mi hombro. Todo es muy extraño. Mis brazos lo soltaron, y lo empujé despacio. Sus ojos se encontraron en mis pupilas y noté que lloraba, me paré y me coloqué la ropa. La luna, pintaba las olas de blanco celestial, y el oleaje apaciguaba el deseo de hace unos segundos. Me vestí, y me senté a su lado. Él cogió sus pantalones cortos, y se los colocó. Se sentó a mi lado, cogió una de mis manos y la beso, acarició uno a uno mis dedos, y pasó su brazo por detrás de mi nuca hasta mi otro hombro. Acurruqué mi cabeza en él, y deseé que el sol no volviera a salir por la montaña. >> Impulsos>>

sábado, 7 de septiembre de 2013

Era pega

Un vestido ajustado, zapatos altos, una liga en la pierna izquierda. Lista para el trabajo. En mi mente, manos gruesas y rasposas por mi piel, alientos ácidos e insultos a borbotones. Camino tambaleando mis caderas sensualmente, era la pega, qué más podía hacer. Allí estaban los perros, babeando por el espectáculo, para recibir dos centavos y un poco de whiskey caro, debía mostrar más que lo que cualquiera conocía. Apretones deshonestos, asquerosos, así era la pega. Muévete Zorra! Que bonito, ya me acostumbré. Giré en el escenario, alrededor del tubo, arriba y abajo, empezaba a sudar. Vestido afuera, el público ardía, más que algún guarro intentando subir, prefería que subieran para que se fueran temprano a sus casas. La ropa interior voló lejos, las luces hacían confuso el asunto, la droga empezaba a hacer efecto. Acabó la canción, y me fui con ellos. Uno a uno, iban pasando. No sentía cansancio, ya ni asco, ni miedo. Eran ellos, los mismos de siempre. Un par de bofetadas, las de todas las noches, las que dejaban mis ojos morados en algunas ocasiones, la patada fue la que más dolió. Perdón amor, no fue mi intención. Ni mi llanto, ni mis gritos, eran suficientes, merecía eso, era mi pega. El dinero sobre la mesa, fue una buena noche, pudo estar mejor, echo la cabeza hacia atrás, entre sábanas de satín medio ortero, con sus blondas empapadas en sudor y qué sé yo. Miro el techo de espejos, ahí estaba yo, con el maquillaje en las ojeras, con el cabello sebiento, con unos cuantos golpes en mis brazos y piernas, y con la vergüenza al aire. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, la sentía fría, dolía, se evaporaba, hacia mi sentir, era pega, qué más podía pedir. Me di vuelta, boca abajo, esperando dejar de respirar, con suerte, el sol no saldría por la mañana. << Esas manos gruesas y rasposas por mi piel, alientos ácidos e insultos a borbotones>>

jueves, 8 de agosto de 2013

Éxtasis En.

Río a carcajadas, sin poder detenerme, siento como el alcohol estalla hasta por mis oídos, era sublime. Cada sorbo era más insípido que el anterior, se desvanecía el sabor poderoso del licor, anestesiaba mis papilas gustativas al punto de que solamente podía distinguir un líquido que bajaba por mi garganta. Miraba a los demás, mis ojos seguramente empequeñecidos, con la sonrisa de oreja a oreja y hablando en otro idioma, era un grato momento. De pronto uno de los chicos que estaba en la mesa, que no recuerdo como se llamaba sacó un pastillero, cada uno de los que estábamos ahí cogió una y la pusimos debajo de la lengua. De pronto todo se volvió de colores, muy ruidoso, mucha euforia, oía a lo lejos una voz que me llamaba desesperada, sentía extrema curiosidad, tenía que acudir a ella, una voz varonil, muy sensual, pero no podía descubrir de donde provenía. Creo que estaba de pie, caminé y el suelo se volvió de gelatina, era gracioso, intentaba afirmarme de algo pero nada encontraba a mi paso, los músculos de mi cara saturados de tanto reír, sentía como la saliva se deslizaba por la comisura de mis labios, babeaba. La habitación se tornó oscura, mucho calor, parecía un horno. Transpiraba, era desesperante, me saqué la camiseta y quedé en sujetador. Busqué la ventana del salón, pero estaba perdida en mi propia casa. Lo curioso es que ya no oía a los demás, ¿dónde se habían metido, me estaban jugando una broma? Choqué con un mueble, me golpeé el dedo pequeño del pie, dolor desagradable que aumentaba gradual cada segundo. Cogí mi pie con la intención de sobarlo un poco, y me fui de bruces al suelo. Caí blandito, el piso era de gelatina. El piso se hundió, y me sumergí en él. Parecía una cucaracha boca arriba, pataleaba y agitaba mis brazos, sólo quería que la luz volviera. Dónde estarán los demás. Me di vuelta, y empecé a gatear, choqué varias veces la cabeza contra objetos indescriptibles, no recordaba ni mis propios muebles, ni su ubicación, ni nada. Sentí frío, estaba fuera de casa, el suelo dejó de ser esponjoso y se tornó áspero. Parecían cristales rotos, pero no dañaban mis manos. Me levanté, extendí mis manos, adelante, atrás, a los lados, no sentía nada. El cielo se veía como espiral, las estrellas puestas caprichosamente en un maldito espiral, no alumbraban mucho, pero podía distinguir el cielo. Caminé hacia atrás, esperando encontrarme con el suelo blando, pero no. Di media vuelta, ya no hacía calor, ya recordaba donde estaban mis muebles. Encendí la luz. Todo estaba en su sitio, ni platos sucios, ni colillas repartidas por el suelo, era todo extraño, recién estaba el reventón en casa y ahora nada. Me senté en el sillón, en una mano tenía una pastilla con forma peculiar, pequeña, rosada, de aspecto inofensivo. En la otra, una marca de nacimiento o de quemadura de cigarrillo, ya no sé bien. Empecé a sentir un dolor en mis brazos, como si alguien me zamarreara, mi cabeza empezó a agitarse, adelante y atrás, era molesto, desesperante. Abrí los ojos, todos estaban ahí. Todos preguntaban si estaba bien, saqué la lengua y de ella cayó media estrella. << Simple curiosidad >>

viernes, 12 de julio de 2013

Avant, s'il vous plaît

El cielo, celeste como en el más hermoso día de verano, ciertas nubes que lo adornan con sutileza. Sonrío y el sol brilla sobre la punta de mi nariz, estornudo, esa alergia curiosa que me produce su luminosidad. Ese andar torpe que caracteriza a las palomas, esas plumas tornasol que las diferencia de las ratas. El aire marino despeinaba los dreadlocks naturales que se me forman cuando no me cepillo por la mañana. La gente caminaba por mi lado, esperaban el metro, como yo. Sentía como cada célula de mi piel se achicharraba, mañana tal vez lo lamentaría. Volaban tan libres, quise extender mis brazos con la estúpida esperanza de emprender un vuelo eterno, solitario, ensimismada en mis pensamientos más alegres que amargos, no quise cerciorarme si la gente me observaba con cara de extrañeza, perdería mi libertad si lo hacía, 30 segundos y el tren estaría frente a mí para llevarme a casa. “Pip” sostenido, se abrió la puerta, un acordeón me transportó a un París de ensueño, de película, las mismas imágenes que Amelie Poulain miraba desde niña, lo curioso es que nunca he estado en París, pero lo recordaba perfectamente, sus casas, sus plazas, sus calles, su gente, su música. Podía sentir el olor característico a café con leche, mientras observaba al músico que cautivó mi alma, podía describir cada nota sin saber cual era, podía sentir como mi corazón latía ágil, por la emoción que provocaba en mí, podía hacer caso omiso al ruido de la gente, el acordeón se apoderó de mí todo el viaje, incluso luego de que el músico tocara la última nota, adiós. << Sorpresas, en esos viajes monótonos que te roban más que una sonrisa>>

miércoles, 22 de mayo de 2013

Mundo de ensueño

Taconeo por la calle, evitando grietas para no torcerme un pie. Pateando pequeñas piedras que giran delante de mí y entretienen mi andar. Un día de invierno, como cualquier otro, nuboso, ventoso y frio. Las ultimas hojas de los arboles danzaban con el aire, se veían hermosas, amarillentas, pardas, cafés, tan secas, marcaban el paso del tiempo. Me detuve a ver mi reflejo en las posas que quedaron de la noche anterior, tormenta que masajeó mis oídos y acompañó mi dormir, ahí estaba yo, veintiún años, que no dejaban de pasar la cuenta, mis ojeras naturales sin causa aparente se veían mucho más hermosas, lila grisáceo que resaltaba mi palidez. Tenía frío, ni todo lo que llevaba puesto era capaz de entibiarme. Un gorro de lana sintética, mi blusa y mis pantalones anchos, mi gabardina a lo Sherlock Holmes y mis botines de taco alto que hacían mi caminar más ligero. La gente pasaba a mi alrededor, en silencio, hace mucho que no sentía un silencio tan placentero, relajante, daba miedo, era anormal. Caminé hacia la playa, buscando el muelle donde siempre me siento a fumar. Gotitas caían cariñosas, acariciando mi cara, extendí una mano, la que pronto se empapó, estaba lloviendo. La gente empezó a esconderse en sus casas, caminaban en hilera bajo los pequeños techos que sobresalían por la calle, los perros se refugiaban entre cartones, y los vagabundos abandonados a su suerte, quien sabe si esta era la última lluvia que presenciarían. Seguí caminando, la silueta del muelle entre las nubes y la oscuridad del cielo se veía a lo lejos, esperaba sentarme donde siempre, esa banca de piedra… esa banca de piedra. Comenzó a llover más fuerte, quedaban pocos valientes deambulando por ahí, los otros refugiados cerca de sus chimeneas, estufas, o tapados con una simple manta, arrancando de la lluvia, como si fuera un ácido destructor, ilusos. Mi asiento estaba ahí, pero no estaba solo, un hombre, al parecer contemplaba el mar. Las nubes que marcaban un horizonte difuso hacían rulos sobre las olas, era un paisaje fenomenal. Me acerqué, y me senté a su lado. Toqué su mano por accidente al apoyarla en el asiento, una mano cálida, suave y conocida. Avergonzada retiré mi mano, sentí el calor en mis mejillas, él me dijo, no te preocupes… me llamo Rubén. No quise decirle mi nombre, pues sentía que él ya lo sabía, Rubén, un placer, dibujé una sonrisa amable. El mencionó algo de un trabajo, una despedida y un par de botellas de ron que esperaban en no sé donde. No logré entender muy bien lo que decía, porque no le tomé atención, estaba perdida en su apariencia, su barba bien definida, sus labios lilas, sus ojos café oscuros que miraban con cierta ternura. Tomó mi mano y jaló de mí, sentí el deseo de seguirlo, no importaba hacia donde fuera, yo quería ir. Caminamos en silencio, sonriéndonos de vez en cuando, encendí un cigarrillo, sin soltar su mano, al parecer no le molestaba que fumara, él me pidió un poco, llegamos a una gran reja con curvas que simulaban ser rosas. La empujó, un barrial ensució mis zapatos, pero nada importaba, yo sólo quería entrar. Una casa enorme, entre árboles frutales y rosales se divisaba. Él caminó más rápido, parecía estar impacientado, algo lo inquietaba, y mi deseo era mucho más grande, quería entrar ya. Cerró la puerta, me tomó por la cintura, y mi corazón se agitó. Me empujó contra la pared, y me besó. Correspondí insegura, mordí sus labios, y abracé su cuerpo como si fuera el último día que lo hiciera, ni siquiera sentía que fuera el primero. Nos deslizamos hacia un sofá, en frente ardía la chimenea, como si la casa esperara nuestro encuentro. Nos desvestimos, y unimos algo más que nuestras almas esa tarde de invierno. Él acariciaba mi pelo, como siempre me ha gustado, un poco tirante pero suave. Él calor se apoderó de nuestros cuerpos, nuestras manos enlazadas en un nudo inseparable, nuestras piernas enredadas como si jugáramos twister, me senté sobre él y miré su pecho, era perfecto, hermoso. Acarició mis mejillas, deslizó su mano hasta llegar a mi entrepierna, fui feliz. No quería que se acabara este momento, me gustaría que fuera para siempre. Una ventana se abrió con el viento y la neblina empezó a colarse. De pronto ya no lo veía, me sentía sola y el frío había vuelto. Estaba de pie, miré que mi gabardina víctima de la lluvia seguía sobre mis hombros, pronto comprendí, seguía taconeando hacia la banca, donde esa silueta de hombre me producía curiosidad, llegué a mi asiento, y una voz varonil enamoró mis oídos, hola soy Rubén, y ¿tú eres?

martes, 21 de mayo de 2013

Sueños Mojados

Uno de esos días tan normales e inofensivos, a simple vista claro, recosté mi cuerpo en aquel sofá Romeo y Julieta que tanto quise tener. Un rayo de luz entraba por un agujero de la cortina, y dibujaba en mi cuerpo desnudo aureolas cálidas, muy gratas de sentir. Deslicé un dedo por uno de mis pechos, rodeando el contorno rosa pálido de un pezón bien definido. Eso me gustaba, esperaba en ese momento que entraras a la habitación, y dibujaras conmigo pasiones y calores, y me hicieras sonreír y sonrojar tanto como la última vez. Sudor, se deslizaba por mi frente, con sólo tenerte en mente, mi corazón se agitó, tanto que estaba hiperventilando, jadeaba. Sentía el deseo de que me tocaras, que me hicieras nuevamente feliz, pero no estabas ahí, tu ausencia se hacía tormentosa, y me desesperaba. Toqué mi cuerpo con delicadeza, arriba y abajo una y otra vez, produciendo en mí más que humedad, placer. Temblaban mis piernas, estaba llegando a la realidad, donde el frío se apoderaría de mí y tu ausencia se haría presente. Traté de controlarlo, respiraba cada vez más rápido, podía gritar si quisiera, pero el silencio hacía más placentero esta estrella fugaz. Mis piernas colgaban del sillón, alcancé un cigarrillo, lo encendí, fue simplemente especial. >> Si nos vemos un momento >>

viernes, 19 de abril de 2013

Aridez Mental

Coloqué el culo en aquel asiento al final del bus, depositando todo el cansancio en él. Esa sensación de satisfacción invade mi cuerpo y mis músculos se relajaron. La gente subía al bus, parecía que perdían la vida por tratar de conseguir un asiento. Hacia mí, se acercaba una señora con una niña pequeña de la mano, sonriendo, me imaginaba que sonreía porque había un asiento desocupado justo al lado del mío, donde ella se sentaría en unos segundos. Tomó asiento. Mientras estaba hipnotizada dentro de mis cascos, oí a lo lejos una voz que saludaba. Me desconecté de mi dimensión de paz y le dije hola. La señora me preguntó si venía de estudiar, y ahí comenzó el diálogo, casi monólogo, porque tontamente no sabía que responder. Fue a comprarle la lápida a su madre que había muerto hace ya dos años, empastillada para controlar sus crisis de pánico y mantener su agresividad latente, confesó de pronto un recuerdo maldito, un hombre la amenazaba con un cuchillo, mi ojos delataron el terror que sentí en ese momento, y ella con la respiración tranquila dijo, saqué un cuchillo y lo amenacé, luego llegó la policía y nos llevaron a la comisaría, allí me fue a buscar mi marido. Ahora tengo que llegar a cocinar, también soy peluquera, aprendí en una escuela y tengo mi propia pega, cortes a luca y toda la gente es muy feliz, quien se iba imaginar que habría peluquería en medio de la feria, sonreí sin saber que responder o acotar, solté un par de palabras que hacían unión entre lo que ella dijo con lo que estaba por decir, estaba conversando. Mi capacidad mental es del sesenta por ciento, mencionó. Estudié en una escuela especial donde aprendí el oficio. Caí en depresión luego de la muerte de mi madre y me volví alcohólica. Estaba perdiendo a mi familia, a mi hija, a mi vida. Ahora tengo que llegar a cocinar, mencionó nuevamente. Su hija en brazos dormía, el frío se colaba por la puerta semi abierta del bus, con habilidad se sacó la chaqueta y tapó a la pequeña. ¡Así son las madres! Yo quedé impresionada, porque ella llevaba una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos, a la piedad del viento gélido. Estaba por bajarme, sentí que ella deseaba seguir conversando, me levante del asiento, toqué el timbre, le deseé buenas noches, me sonrió y me lancé del bus camino a casa, haciéndole el quite al viento que desgarraba y empalidecía mi piel. >> Cuando menos te lo esperas, la inspiración, sea la que sea, llega a tu puerta, o a tu asiento>>

domingo, 14 de abril de 2013

...

Miro hacia abajo para que no me veas llorar. No es que tenga miedo o vergüenza de que lo veas, simplemente no quiero. Giro la cabeza y miro con profundidad el paisaje, a tres kilómetros de mí tu presencia, que hace eco en mi memoria. El viento se encargaba de secar mis lágrimas, que jamás se hicieron visibles, el sol se encargaba de dar luz a mis ojos, ennegrecidos por el vacío que siempre ha existido, pero que ahora lo visualizo a la perfección. Eso tocó mi corazón, y despertó mi conciencia, a un paso de ser libre, a un paso de la alegría efímera, a un paso de alejarme para siempre de ese anhelo insensato, de ese sueño eterno, de esa sensación asquerosa, de esa cadena perpetua de sentimientos. Busqué tus ojos, no los encontré, ni hoy, ni ayer, ni nunca. Perdida en el intento de volar, es momento de echar fuera todo nudo que ancla mi alma, dibujé una sonrisa de satisfacción, un gesto de amargura y una lágrima de paz. Marco el inicio de un nuevo camino, mi camino. >> Tengo mucho más que decir, pero jamás lo haré, vil cobardía, vil silencio, vil adiós>>

miércoles, 6 de febrero de 2013

miércoles, 30 de enero de 2013

Laura no está, Laura se fue...

Hola, soy Laura. Siento no haberte llevado la bicicleta aun, pero la necesito por un par de días más. La llevaré el martes a tu casa. Te amo. Colgué el teléfono, no alcancé a decirle una sola palabra, no tenía ganas de hablar con ella, ni de verla el martes, a pesar de que la amaba con mis entrañas. Pero simplemente, no deseaba verla. Si deseaba tocarla, olerla, abrazarla, pero no verla. Me levanta tratando de no pisar los chinches que se me habían dado vuelta la noche anterior, estoy mejor, me han dado una medicación súper efectiva, ya no veo las sombras, ni escucho la música macabra en mis oídos. Recibía mayores visitas en mi casa, y mis amigos ya no les mentían a sus padres, todo parecía que había cambiado. Todo se había vuelto color de rosa. Olía bien, cocinaban nuevamente pescado frito, me encanta ese olor a grasa en partículas que se cuela por mis fosas nasales. Bajé descalzo a mirar quien cocinaba. No era mi madre, ni mi hermana, ni mi padre, era yo. No esto no puede ser, miré de nuevo, y vi como mi madre revolvía una olla y escurría el pescado con la espumadera. No puedo tener estas alucinaciones, y mi medicina no tocaba hasta dentro de 5 horas más. Puedo controlarlo. Salí al patio a buscar a mi perro para sacarlo a dar una vuelta, para tomar aire yo también. –Ven máximo- lo amarré y salimos. La gente me saludaba amable, nunca había visto gente tan feliz. Me sentía contento, ahora era uno más de ellos, va a ser cierto que si no puedes con ellos, úneteles. Máximo orinaba y olfateaba, era tan feliz. Me senté en una plazoleta que queda a unas cuadras de mi casa, y solté a mi perro. Tomé aire, encendí un cigarrillo y comencé a fumar. No recuerdo bien en qué momento esa chica me ofreció un cigarrillo, pero lo acepté y fue mi primera vez, inundé mis pulmones con aire tóxico, me encantó. Ella se alejó tan desapercibida como se acercó hace dos segundos para darme un cigarro. Máximo se echó en el pasto, y se quedó dormido. Yo me sentí por un momento solo, pero ese vacío recuerdo de que estuve muchos años solo y encerrado en mis pensamientos que, esa sensación de soledad no le llegaba ni a los talones a mi pasado. Era domingo, y en dos días más vería a Laura. Besaría sus labios agridulces, y tiraríamos como dos salvajes. Era un buen plan. Se acercaba la hora de comer, volví a casa junto a máximo. La mesa estaba puesta, y había una nota. Almuerza, nosotros salimos. Me habían dejado la casa para mí, pero justo que en este momento Laura no está, no le puedo sacar provecho. Llamé a Eva, vino en seguida. La rodeé de la cintura, la besé y ella no opuso resistencia a que yo la hiciera feliz, sacié mis impulsos bestiales y la eché de mi casa. Yo sabía que me lo perdonaría, pues estaba enamorada de mi, y de a saber cuántos más, ZORRA! Me acosté, y me quedé dormido. Cuando desperté, la oscuridad se apoderaba de mi habitación, supuse que había anochecido. Para mi sorpresa fue que al mirar la hora el reloj marcara las 6 de la mañana, había pasado de largo, mi cuerpo estaba cansando. Antes de empezar a delirar, fui rápidamente a tomarme mi medicación. Todos dormían, encima de la mesa había una nota, llamó Laura, vendrá mañana. Esta nota la escribió mi madre, era su letra sin duda, supuse que Laura llamó a casa y yo no contesté, y esto quiere decir que hoy es mañana, porque esta nota la escribieron ayer. Maldita sea, no me da tiempo. Aun no quiero verte, no sé qué es lo que voy a hacer. Me entró una terrible ansiedad, comí lo primero que encontré en el frigorífico. Y esperé sentado en el sillón la llegada de mi querida y deseada Laura. Vi pasar el tiempo a mi alrededor, todos ajetreados y metidos en lo suyo, yo sumergido en mis pensamientos de miedo, sentía miedo de ver a Laura, a pesar de que la amaba por sobre todas las cosas. Quise dormir, pero no pude, quise irme a dar una vuelta pero no pude, quise decirle a mi madre que cuando ella viniera le dijera que yo no estaba, pero no pude, quise hacer muchas cosas pero no pude. Sonó el timbre, era ella. Me levanté lo más lento que pude y me dirigí a la puerta. Se veía tan hermosa, con sus pantalones ajustados, la melena y esa camiseta que marcaba sus pezones. Hola, traje tu bicicleta, tus padres están. Me di cuenta que no había nadie. No, le contesté, pasa. Subió en silencio a mi cuarto, supuse lo que vendría, me dirigí raudo, y la vi desnuda en mi habitación. Algo me detenía, esa mancha gris violeta de su abdomen, y también los tenía en sus brazos. Traté de obviarlo, y me acerqué. La besé, la toqué, la mordí, la penetré. Pude escuchar como lo disfrutaba, pero yo no lo hacía. De pronto ella me dice, tranquilo, ya te he perdonado. Desperté, y era ella la que me había visitado en sueños, aun siento culpa cuando atravesé su garganta con un cuchillo, nunca quise, pero lo hice igual. Ahora, miro mi celda, y la encuentro mucho menos gris. >> Agradezco la inspiración que me provocó el personaje creado por mi amigo Franco en su relato demencial>>

domingo, 27 de enero de 2013

Sábado en la noche Domingo de madrugada

Se me congeló un pie, por sacarlo fuera de las sábanas mientras dormía. Esto me despertó. Aun estaba oscuro, me senté en la cama y observé mi habitación. Muchas formas en la oscuridad, que en otras ocasiones me causaba miedo, estaban puestas al azar, claro era el desorden que había provocado. Estiré mi brazo tratando de alcanzar el mando de la televisión… Luz azul invadió mi cuarto, me empezó a doler la cabeza, la apagué. Me recosté y me mareé de nuevo, ese efecto extraño que se produce al ponerte en decúbito dorsal luego de haber bebido bastante y haber fumado algo más que un simple cigarrillo. Lo pasamos muy bien. Sabía que en un par de horas más disfrutaría de una gran resaca. Mi cuerpo vivo, adolorido, deshidratado, me encanta. Me levanté, abrí las cortinas, empezó a amanecer. Fui al baño. Hice pis, luego me miré en el espejo, mi maquillaje corrido y un arañón en mi frente. Llené la bañera, me sumergí y descansé. Todos dormían en casa, mi madre no se había dado cuenta de que había llegado. No la quise despertar esta vez, necesita dormir. Era domingo, entonces duermen hasta tarde. El champú no hacía burbujas, tenía el pelo demasiado asqueroso, humo, sudor, alcohol. Sabía que apestaría igual luego que estuviera seco. Me vestí, saqué el auto, en mi mente sólo había un destino, la playa. << Este texto puede ser tan real como usted crea>>

Pesadilla

Su voz varonil penetró mis oídos, cómo un coro de ángeles. Su acento bonito, su buena dicción y labia me entusiasmaron del primer hola a tra...