viernes, 12 de julio de 2013

Avant, s'il vous plaît

El cielo, celeste como en el más hermoso día de verano, ciertas nubes que lo adornan con sutileza. Sonrío y el sol brilla sobre la punta de mi nariz, estornudo, esa alergia curiosa que me produce su luminosidad. Ese andar torpe que caracteriza a las palomas, esas plumas tornasol que las diferencia de las ratas. El aire marino despeinaba los dreadlocks naturales que se me forman cuando no me cepillo por la mañana. La gente caminaba por mi lado, esperaban el metro, como yo. Sentía como cada célula de mi piel se achicharraba, mañana tal vez lo lamentaría. Volaban tan libres, quise extender mis brazos con la estúpida esperanza de emprender un vuelo eterno, solitario, ensimismada en mis pensamientos más alegres que amargos, no quise cerciorarme si la gente me observaba con cara de extrañeza, perdería mi libertad si lo hacía, 30 segundos y el tren estaría frente a mí para llevarme a casa. “Pip” sostenido, se abrió la puerta, un acordeón me transportó a un París de ensueño, de película, las mismas imágenes que Amelie Poulain miraba desde niña, lo curioso es que nunca he estado en París, pero lo recordaba perfectamente, sus casas, sus plazas, sus calles, su gente, su música. Podía sentir el olor característico a café con leche, mientras observaba al músico que cautivó mi alma, podía describir cada nota sin saber cual era, podía sentir como mi corazón latía ágil, por la emoción que provocaba en mí, podía hacer caso omiso al ruido de la gente, el acordeón se apoderó de mí todo el viaje, incluso luego de que el músico tocara la última nota, adiós. << Sorpresas, en esos viajes monótonos que te roban más que una sonrisa>>

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