jueves, 8 de agosto de 2013

Éxtasis En.

Río a carcajadas, sin poder detenerme, siento como el alcohol estalla hasta por mis oídos, era sublime. Cada sorbo era más insípido que el anterior, se desvanecía el sabor poderoso del licor, anestesiaba mis papilas gustativas al punto de que solamente podía distinguir un líquido que bajaba por mi garganta. Miraba a los demás, mis ojos seguramente empequeñecidos, con la sonrisa de oreja a oreja y hablando en otro idioma, era un grato momento. De pronto uno de los chicos que estaba en la mesa, que no recuerdo como se llamaba sacó un pastillero, cada uno de los que estábamos ahí cogió una y la pusimos debajo de la lengua. De pronto todo se volvió de colores, muy ruidoso, mucha euforia, oía a lo lejos una voz que me llamaba desesperada, sentía extrema curiosidad, tenía que acudir a ella, una voz varonil, muy sensual, pero no podía descubrir de donde provenía. Creo que estaba de pie, caminé y el suelo se volvió de gelatina, era gracioso, intentaba afirmarme de algo pero nada encontraba a mi paso, los músculos de mi cara saturados de tanto reír, sentía como la saliva se deslizaba por la comisura de mis labios, babeaba. La habitación se tornó oscura, mucho calor, parecía un horno. Transpiraba, era desesperante, me saqué la camiseta y quedé en sujetador. Busqué la ventana del salón, pero estaba perdida en mi propia casa. Lo curioso es que ya no oía a los demás, ¿dónde se habían metido, me estaban jugando una broma? Choqué con un mueble, me golpeé el dedo pequeño del pie, dolor desagradable que aumentaba gradual cada segundo. Cogí mi pie con la intención de sobarlo un poco, y me fui de bruces al suelo. Caí blandito, el piso era de gelatina. El piso se hundió, y me sumergí en él. Parecía una cucaracha boca arriba, pataleaba y agitaba mis brazos, sólo quería que la luz volviera. Dónde estarán los demás. Me di vuelta, y empecé a gatear, choqué varias veces la cabeza contra objetos indescriptibles, no recordaba ni mis propios muebles, ni su ubicación, ni nada. Sentí frío, estaba fuera de casa, el suelo dejó de ser esponjoso y se tornó áspero. Parecían cristales rotos, pero no dañaban mis manos. Me levanté, extendí mis manos, adelante, atrás, a los lados, no sentía nada. El cielo se veía como espiral, las estrellas puestas caprichosamente en un maldito espiral, no alumbraban mucho, pero podía distinguir el cielo. Caminé hacia atrás, esperando encontrarme con el suelo blando, pero no. Di media vuelta, ya no hacía calor, ya recordaba donde estaban mis muebles. Encendí la luz. Todo estaba en su sitio, ni platos sucios, ni colillas repartidas por el suelo, era todo extraño, recién estaba el reventón en casa y ahora nada. Me senté en el sillón, en una mano tenía una pastilla con forma peculiar, pequeña, rosada, de aspecto inofensivo. En la otra, una marca de nacimiento o de quemadura de cigarrillo, ya no sé bien. Empecé a sentir un dolor en mis brazos, como si alguien me zamarreara, mi cabeza empezó a agitarse, adelante y atrás, era molesto, desesperante. Abrí los ojos, todos estaban ahí. Todos preguntaban si estaba bien, saqué la lengua y de ella cayó media estrella. << Simple curiosidad >>

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