miércoles, 25 de diciembre de 2013

Impulso

Me arden los pies, y noto esa sensación punzante en la punta de mis dedos. Son los zapatos que me aprietan luego de tantas horas de camino recorrido. Me descolgué de ellos, ahí estaban tan blancos como siempre, pero llenos de ampollas y sangre, he ahí el dolor. Dejé mis zapatos tirados y seguí caminando. La calle me caldeaba los pies, el sol pegaba fuerte en el asfalto. La gente no me importaba, la esquivaba, era verano.La gente ama el verano, la arena, la playa, el campo, el sol, el cáncer de piel. Intenté pensar, me gustaba elevarme en un ensimismamiento indecoroso, lo hice. Mil pensamientos daban vueltas como torbellinos en mi cerebro o en lo abstracto del pensar. Volví en sí y me senté sobre una roca que estaba en la orilla de la playa, las olas chocaban frescas y las gotas de su explosión acariciaban mi cara. El sol pegaba fuerte en mi nariz, sabía que después se descascaría, pero eso no importó. El mar, eterno, interminable, me gustaría explorarlo más allá de lo que mis ojos alcanzan a ver en el horizonte, miré mis piernas, y las acaricié, seguían tan pálidas como siempre, me ardían, era el sol. Escondí mi cabeza entre mis rodillas, buscando un poco de oscuridad, las gafas no eran suficientes para ocultar la luminosidad de mis ojos, y pronto me empezaría a doler la cabeza. Levanté la cabeza, la sacudí. Era precioso, parecía un sueño, intenté hacer algo loco para ver si estaba soñando, pero sentí miedo, pues si era real, caería de boca abajo entre las rocas. Caminé, por la orilla, y pegué un salto hacia la arena. La playa estaba inhóspita, el sol empezaba a ocultarse, y la gente empieza migrar hacia sus casas. Avancé por la arena, disimulando el dolor en mis pies heridos, la arena y la sal hacían su labor, era un martirio. Un hombre sentado, me llamo la atención. Me acerqué, y me senté casi a su lado, guardando la distancia que una desconocida puede guardar. No se inmutó con mi presencia, yo lo seguí observando. Pude analizar su perfil , una nariz puntiaguda, unas pestañas muy largas, y unos ojos perdidos en el horizonte. Sus brazos, bronceados y con musculatura media, como si hiciera flexiones un par de veces a la semana, su cuerpo descubierto de la polera, dejaba a la vista un pecho lampiño, y una clavícula maravillosa. Sentado sobre un short naranja, con las piernas dobladas y los pies escondidos bajo la arena. De pronto su mirada volvió, y giró su cabeza hacia mí, me observó, unos ojos cafés un tanto tristes se encontraron con los míos. Una mueca, entre risa y lamento se dibujó en sus labios, por cierto muy finos y delicados. Rápidamente rompí la tensión y miré hacia otro lado. No articulé ninguna palabra, y él tampoco. Me encogí de hombros, y acerqué las rodillas a mi pecho, escondí mi cara entre ellas, sentía vergüenza, pero por qué? Me levanté, y sacudí la arena de mi cuerpo. Caminé hacia el mar, metí los pies en el agua, fue un alivio. No quise mirar hacia atrás, donde estaba este hombre tan misterioso, de pronto sentí que algo estaba muy cerca a mi. Sentí miedo, y no quise moverme. Unos dedos largos, se deslizaron por mi cabello, y en acto seguido se me puso la piel de gallina. Fue algo extraño, un repelús exquisito, pero macabro. Di tres pasos hacia delante. Y una vez más, se deslizaron esos dedos por mi cabello. Suaves, acariciándome, una y otra vez. Me volteé y era él. Pude ver su sonrisa de oreja a oreja, mostrando los dientes, unos colmillos afilados me cautivaron enseguida. Abrí la boca para preguntarle que quiere, y rápidamente uno de sus dedos silenció mis labios. Sentí nervios, y miré hacia el suelo. Levanto mi cara y miró fijamente mis ojos. Me desprendí de su encanto, dándome vuelta. Un brazo tironeó de mí, haciéndome volver. Estaba asustada, que ocurría. Ni siquiera en los más oscuros pensamientos, había imaginado algo así. No sabía cómo manejarlo, me dejé llevar, en esta nube de colores y aires medios cálidos que se desprendía en el ambiente, él tomó mi mano y la colocó en su cara, la acaricié. Me resultaba extraño, empezaba a calcular cada movimiento, y ya no lo disfrutaba. Acercó su cuerpo a mí, y pude notar algo más que emoción entre sus ropas, quise correr, pero a dónde? Mis brazos cayeron a mi lado, no tenía intención de tocarle, a aquel extraño de cuerpo hermoso, no tenía deseos de acariciarle. Me apretó fuerte, y mis costillas lo lamentaron, solté un pequeño jadeo de dolor, y él hizo caso omiso a ello. Me atrajo despacio hacia el suelo, sentí la arena entre mi pelo, y casi se me metía por los oídos, acercó su aliento al mío, y yo corrí mi cara hacia un lado, con firmeza sujetó mi cara, y robó de mis labios un doloroso pero dulce beso, nunca había sentido algo parecido. Sentí deseos de besarle, y lo hice, correspondida por este ser, que había caído del cielo, o había subido del infierno. En medio de esta danza, sus manos subieron por mi camiseta, y la jalaron, hasta arrebatarla, sus ojos se posaron en mi cuerpo, quedaban al descubierto un par de cicatrices, de aquellas que la vida te deja, él las tocó una a una, acaricié su pecho, tan suave y libre de vellos. Por un segundo tuve un impulso de valor, y toqué más de lo que mi yo interior me permitía, pude ver sus sonrisa, me derretía. Se despojó de sus pantalones cortos, y me quitó los míos, nunca había sentido tanto calor entre mis piernas como esta noche de verano. Acercó su cuerpo al mío, y con delicadeza lo hizo uno solo. Con un movimiento lento, penetraba más allá de mis sueños, mi deseo incrementaba con los segundos, quería que fuera eterno. Esa sensación de nervios, y ese tiritar de las extremidades, me delataban, sentía placer. Sujetó mis piernas con fuerza, y yo me cogí de su espalda, deslicé mis dedos por ella, la acaricié, abrí la boca y jadeé tanto como fui capaz de hacer, sus manos recorrían mi cuerpo, se posaban sobre mí y pellizcaban dulcemente. Me senté sobre él, y deslicé mi cuerpo sobre el suyo. Me sujeté de sus caderas, y pude bajar al infierno. Un ruido apuñaló mis oídos, un jadeo desgarrador me hacía enloquecer. Sus manos sujetaron mi cabeza, y la movía en varias direcciones. Sólo tenía que aguantar la respiración, para no ahogarme en un suspiro. Cerré los ojos, y al abrirlos estaba abrazando a aquel extraño, sus brazos rodeaban mi cuerpo, y su cabeza se posaba en mi hombro. Todo es muy extraño. Mis brazos lo soltaron, y lo empujé despacio. Sus ojos se encontraron en mis pupilas y noté que lloraba, me paré y me coloqué la ropa. La luna, pintaba las olas de blanco celestial, y el oleaje apaciguaba el deseo de hace unos segundos. Me vestí, y me senté a su lado. Él cogió sus pantalones cortos, y se los colocó. Se sentó a mi lado, cogió una de mis manos y la beso, acarició uno a uno mis dedos, y pasó su brazo por detrás de mi nuca hasta mi otro hombro. Acurruqué mi cabeza en él, y deseé que el sol no volviera a salir por la montaña. >> Impulsos>>

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