sábado, 29 de marzo de 2014

Mis demonios

Y ahí estaba parada en frente de mis demonios. Sombras entrelazadas que formaban una silueta de encanto que me fascina. Mis demonios a un metro de mí me observaban macabro. Sonreían con desagrado, con asco, acompañaban esa sonrisa con una mirada de superioridad que me hizo sentir como una rata callejera. Trataba de sostener la mirada, supliqué. Mis demonios disfrutaban cada movimiento nervioso de mi cuerpo. Tratando de sobrellevar esa sensación amarga de insecto aplastado, me paré derecha, y los miré de frente, sin quitarles mis ojos café grano de encima, ni un solo parpadeo, ni una gota de aire exhalé. Me di cuenta de que esas sombras se irían si yo las dejaba ir, una imagen se proyectó en mi mente, la imagen de un árbol negro en un dibujo que hice hace unos años, en medio del dibujo una flor roja, pequeña y delicada, y a un costado un árbol negro, seco, sin hojas que le hacía sombra. Sólo debía pasar la goma de borrar y se iría, recuerdo aquella flor que al sacarle el árbol de encima, recibió los rayos del sol, abrió sus pétalos y desprendió un aroma maravilloso. Cuando mis ojos volvieron a posarse conscientes sobre mis demonios, sonreí. Sonreí porque entendí verdaderamente lo que debía hacer. Me acerqué a ellos, los abracé, los besé, y los dejé libres. Di media vuelta, sin sentir miedo de que me persiguieran, pues eran libres, los alejé de mí para siempre. << He aprendido a sufrir y a ahuyentar los fantasmas que viven en mí, mis demonios se alejan cuando tú no estás aquí>>.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Las Aventuras de Dimitria Callygster, capítulo 2

La respiración se me cortó cuando sentí que una de las bestia había vuelto y descubre mi intento de robar el mapa. Me atrapó entre sus brazos peludos y yo intenté zafarme de ellos usando toda la fuerza y las técnicas que me habían enseñado en la aldea. Mis hermanos me habían dado clases de combate, era hora de poner esos movimientos en acción. Me deslicé de entre sus brazos y rodé unos cuantos metros delante de la bestia, saqué mi daga y me puse en guardia. Grita tu nombre, pequeña hobbit, gruñó la bestia, Dimitria, Dimitria Callygster, contesté. Y que mi nombre quede guardado en tu memoria rufián, yo hoy te despojo de tan preciado mapa y hoy será el último día que veas la luz del sol. Salté metros en el aire, tratando de sostenerme de una rama. Pude alcanzar una y vi como el terrible llamaba a los demás, a tal descuido que salté sobre su cuello y lo cercené. La sangre empezó a brotar en todas direcciones, mi rostro quedó empapado. Me devolví al árbol, y cuando los otros aparecieron grité, mi nombre es Dimitria Callygster, recordad mi nombre. Salté de árbol en árbol con la sensación de que todo había salido perfecto, tenía la satisfacción que con mi pequeña estatura había matado a un terrible. Claro que me hice enemigos, pero es lo que toda ladrona desea tener, enemigos. Tal como mi padre Goldworthy. Algún día la tierra temblará con el sólo hecho de pronunciar la primera letra de mi nombre. Ahora debía concentrarme en resolver el mapa y apoderarme del tesoro. Me pregunto si seré capaz de vencer a la temible bestia que lo protege, por el honor, debo y si la muerte es el precio que tengo que pagar, lo pagaré. Cuando me di cuenta de que estaba fuera de peligro, salté del árbol y caí suave entre las hojas del suelo. Me senté en una roca y me dediqué a descifrar el mapa. Estaba escrito en una lengua rara, no era élfico de eso estoy segura. Temía que fuera idioma orco, ya que debería encontrar a alguien de confianza que descifrara el mapa para mí, claro que como no se puede confiar en nadie tendría que matarlo luego de conseguir lo que necesito. Al salir del bosque me encontré con una aldea de humanos, sentí frío y quise encontrar un refugio, beber té y comer una suculenta sopa de duende. Entré en una posada, supongo que cautivé la atención de todos, porque unos cuantos ojos se posaron en mí, mi blusa ensangrentada y mis ojos dorados sedientos de riqueza tuvieron que producirles miedo. Sonreí tratando de buscar una mueca de alivio de la dueña de la posada. Para mi suerte sonrió y me acerqué, saqué unas monedas de plata que tenía en un saquito que llevaba en uno de mis bolsillos y pagué por un cuarto. Me encerré, eché llave a la puerta y me lancé sobre la cama andrajosa. Miré el techo raido por termitas y trataba de buscar una solución a mi problemática, debía descifrar ese mapa a como de lugar. Tocaron mi puerta, con sigilo me levanté y miré por la cerradura, un ojo asomaba del otro lado, un ojo verde de color conocido, casi familiar. Di tu nombre, le dije. Soy Dálastar Igfring, halfling del norte. Abrí la puerta y pude ver un hobbit de cabello hermoso y colmillos filudos que sonreían. Lo invité a pasar manteniendo mi mano en el mango de la daga que cuelga de mi cinturón. Yo sé quién eres, mencionó. Lo mire con severidad sin pestañear, esperando a que dijera mi nombre. Dimitria Callygster hija del legendario bribón. Me acerqué rauda y desenvainé mi daga colocándola en su cuello peludo. Quién os ha dicho mi nombre, gruñí. Lo veo en tus ojos, y ese cabello blanco te delata. Vengo en son de paz, cuando te vi fuera de la posada un deseo de aventura se encendió en mí, supuse que algo te traías entre manos. Dejé de hacerle presión con el cuchillo y guardé cierta distancia. Háblame de ti, ordené, nunca había oído de ti Dálastar. Soy Dálastar, hijo menos de Thorian y Demet, tengo 121 años y busco el poder y el realce de mi nombre. Soy un Halfling del norte, odiado por todos los halflings de mi aldea por mi conducta pícara y mi malicia oculta en mis actos. Hablo tres idiomas, el más difícil el Orco.- Mis ojos se abrieron, esto era más que un golpe de suerte. Rápidamente ideé un plan para utilizar a este pequeño patán. Que habilidoso eres con los idiomas, creo que puede ser de mucha utilidad. Tienes el valor suficiente para iniciarte en un viaje sin retorno, al lugar donde la tierra se hace nada y el sol muere tras hundirse en los océanos de la perdición, entoné con cierta ironía maléfica para entusiasmar a esta creatura del infierno. Me devolvió una sonrisa dejando al descubierto sus colmillos perfectamente blancos. Acércate, le dije. Entiendes lo que dice, le pregunté. Sí, respondió, pero la muerte es más probable si llegamos al final del camino. Lee en voz alta, le ordené. El camino era extenso, nos llevaría unos cuantos días de viaje y necesitábamos armas, comida, agua. La caverna donde habita la bestia que resguardaba el tesoro de los ambiciosos, estaba oculta bajo un sinfín de acertijos que debíamos resolver. Dálastar se acostó en mi cama, lo observé con odio y saqué mi daga apuntándolo amenazante. Consigue tu propio refugio, gruñí. Dálastar suplicó y le dejé dormir en el suelo, con mi daga siempre alerta bajo mi almohada. Continuará...

sábado, 15 de marzo de 2014

Las aventuras de Dimitria Callygster, capítulo 1

Entre ramas y hojas que bailan al compás del viento, desperté. Miré mis pies, estaba descalza. De un salto me puse de pie, nunca pensé que podía ser tan ágil. Sacudí mi ropa y la observé por un momento largo. Tenía una blusa de seda semi rasgada, una chaqueta de cuero de a saber que alimaña y unos pantalones ajados color café que me llegaban a la pantorrilla, parecía pordiosera. Entre las hojas brillaba algo plateado, me acerqué a ver que era y descubrí una daga que en el mango tenía tallado mi nombre; Dimitria. La colgué en mi cinturón, y empecé a caminar. Estaba en el bosque de los Terribles, eso era claro. Caminé con la seguridad de que podía enfrentarme a lo que viniese. Me escabullí entre los árboles, intenté trepar un árbol pero me fue imposible, estaba débil y tenía hambre. El crujido de las hojas bajo mis pies me delataría en menos de una milésima de segundo ante cualquier enemigo. Me detuve, y cerré los ojos. Me puse a escuchar lo que sucedía en el bosque, mis grandes orejas me daban la habilidad de escuchar a kilómetros lo que estaba ocurriendo. Oía risas y voces gruesas. Sentía el chispeo de una fogata y el sonido que se produce al desgarrar carne con los caninos. Abrí mis ojos, tan dorados como los tesoros que más añoro, y pude transportarme visualmente al lugar que me llamó la atención. Pude observar a un grupo de seres horribles, grandes y de aspecto muy sucio que engullían carne de jabalí a destajos. Mi apetito se amplió y quise inmediatamente ir a por un poco de esa suculenta carne sanguinolenta mal cocida. Saqué fuerza del deseo y trepé un árbol. Comencé a saltar de uno a otro, siguiendo la dirección que me había propuesto. El aroma invadía mi nariz, y mi boca empezaba a salivar. De la copa de un gran árbol, observé mi presa. Las bestias seguían comiendo y aun quedaba un montón de botín del que yo podría sacar provecho. La idea era robarles algo de comida, y seguir con mi camino. Claro que no debía ser descubierta, sino me vería en la obligación de enfrentarme a ellos con mi simple daga, (no ni hablar, sólo podía escapar, sino la vida se me iría en ello). Esperé que estuvieran concentrados en sus conversaciones sin sentido y de bajo interés para mí, y me deslicé por el tronco con extremo sigilo. Me acerqué lentamente, cuando de pronto uno de ellos sintió mi aroma y se volteó, yo me agaché y el monstruo no me vio. Me acerqué al fuego, que estaba a un costado, cogí un gran trozo de jabalí y me devolví al gran árbol. Comencé a desgarrar la carne y casi sin masticarla la tragué, estaba deliciosa. La sangre corría por la comisura de mis labios y eso la hacía más sabrosa, sin duda. Empecé a prestar atención a lo que estaban hablando, el idioma lo conocía muy bien, hablaban de un tesoro resguardado por una bestia inimaginable. La palabra tesoro abrió mis ojos y en mi cabeza sólo daba vueltas el “debe ser mío”. El problema es que no sabía la ubicación del tesoro y tampoco tenía conciencia de si iba a ser capaz de enfrentarme a la terrible creatura que lo resguarda. Desmereciéndome un poco, soy de tamaño pequeño, peso ligero y además no produzco espanto alguno. Mis posibilidades se reducían a cero, pero algo tenía que hacer en honor a mi padre. Los monstruos que me alimentaron poseían el mapa que me llevaría a las tierras donde el tesoro ilumina la caverna de la perdición. Ahora que el hambre había desaparecido, podía deslizarme mucho más ágil que antes, y claramente sabes lo que viene ahora, voy a robar el mapa. El gran trozo de tela estaba puesto delante de ellos, me era imposible bajar y apoderarme de él sin que se dieran cuenta. Saqué un fruto del árbol en el que me encontraba, y lo lancé lejos. Uno de los monstruos escuchó y se paró violento, emitió un gruñido y fue en busca de lo que produjo el ruido. Los demás lo quedaron mirando, lancé otro fruto en otra dirección y los demás se pararon y corrieron hacia allí. Cuando vi que no quedaban animalejos cerca, bajé del árbol y tomé el mapa. Lo observé, y mis ojos brillaban sedientos de riqueza. De pronto un rugido a mis espaldas me sacó del ensimismamiento, rayos me habían cazado. Continuará...

Pesadilla

Su voz varonil penetró mis oídos, cómo un coro de ángeles. Su acento bonito, su buena dicción y labia me entusiasmaron del primer hola a tra...