miércoles, 19 de marzo de 2014

Las Aventuras de Dimitria Callygster, capítulo 2

La respiración se me cortó cuando sentí que una de las bestia había vuelto y descubre mi intento de robar el mapa. Me atrapó entre sus brazos peludos y yo intenté zafarme de ellos usando toda la fuerza y las técnicas que me habían enseñado en la aldea. Mis hermanos me habían dado clases de combate, era hora de poner esos movimientos en acción. Me deslicé de entre sus brazos y rodé unos cuantos metros delante de la bestia, saqué mi daga y me puse en guardia. Grita tu nombre, pequeña hobbit, gruñó la bestia, Dimitria, Dimitria Callygster, contesté. Y que mi nombre quede guardado en tu memoria rufián, yo hoy te despojo de tan preciado mapa y hoy será el último día que veas la luz del sol. Salté metros en el aire, tratando de sostenerme de una rama. Pude alcanzar una y vi como el terrible llamaba a los demás, a tal descuido que salté sobre su cuello y lo cercené. La sangre empezó a brotar en todas direcciones, mi rostro quedó empapado. Me devolví al árbol, y cuando los otros aparecieron grité, mi nombre es Dimitria Callygster, recordad mi nombre. Salté de árbol en árbol con la sensación de que todo había salido perfecto, tenía la satisfacción que con mi pequeña estatura había matado a un terrible. Claro que me hice enemigos, pero es lo que toda ladrona desea tener, enemigos. Tal como mi padre Goldworthy. Algún día la tierra temblará con el sólo hecho de pronunciar la primera letra de mi nombre. Ahora debía concentrarme en resolver el mapa y apoderarme del tesoro. Me pregunto si seré capaz de vencer a la temible bestia que lo protege, por el honor, debo y si la muerte es el precio que tengo que pagar, lo pagaré. Cuando me di cuenta de que estaba fuera de peligro, salté del árbol y caí suave entre las hojas del suelo. Me senté en una roca y me dediqué a descifrar el mapa. Estaba escrito en una lengua rara, no era élfico de eso estoy segura. Temía que fuera idioma orco, ya que debería encontrar a alguien de confianza que descifrara el mapa para mí, claro que como no se puede confiar en nadie tendría que matarlo luego de conseguir lo que necesito. Al salir del bosque me encontré con una aldea de humanos, sentí frío y quise encontrar un refugio, beber té y comer una suculenta sopa de duende. Entré en una posada, supongo que cautivé la atención de todos, porque unos cuantos ojos se posaron en mí, mi blusa ensangrentada y mis ojos dorados sedientos de riqueza tuvieron que producirles miedo. Sonreí tratando de buscar una mueca de alivio de la dueña de la posada. Para mi suerte sonrió y me acerqué, saqué unas monedas de plata que tenía en un saquito que llevaba en uno de mis bolsillos y pagué por un cuarto. Me encerré, eché llave a la puerta y me lancé sobre la cama andrajosa. Miré el techo raido por termitas y trataba de buscar una solución a mi problemática, debía descifrar ese mapa a como de lugar. Tocaron mi puerta, con sigilo me levanté y miré por la cerradura, un ojo asomaba del otro lado, un ojo verde de color conocido, casi familiar. Di tu nombre, le dije. Soy Dálastar Igfring, halfling del norte. Abrí la puerta y pude ver un hobbit de cabello hermoso y colmillos filudos que sonreían. Lo invité a pasar manteniendo mi mano en el mango de la daga que cuelga de mi cinturón. Yo sé quién eres, mencionó. Lo mire con severidad sin pestañear, esperando a que dijera mi nombre. Dimitria Callygster hija del legendario bribón. Me acerqué rauda y desenvainé mi daga colocándola en su cuello peludo. Quién os ha dicho mi nombre, gruñí. Lo veo en tus ojos, y ese cabello blanco te delata. Vengo en son de paz, cuando te vi fuera de la posada un deseo de aventura se encendió en mí, supuse que algo te traías entre manos. Dejé de hacerle presión con el cuchillo y guardé cierta distancia. Háblame de ti, ordené, nunca había oído de ti Dálastar. Soy Dálastar, hijo menos de Thorian y Demet, tengo 121 años y busco el poder y el realce de mi nombre. Soy un Halfling del norte, odiado por todos los halflings de mi aldea por mi conducta pícara y mi malicia oculta en mis actos. Hablo tres idiomas, el más difícil el Orco.- Mis ojos se abrieron, esto era más que un golpe de suerte. Rápidamente ideé un plan para utilizar a este pequeño patán. Que habilidoso eres con los idiomas, creo que puede ser de mucha utilidad. Tienes el valor suficiente para iniciarte en un viaje sin retorno, al lugar donde la tierra se hace nada y el sol muere tras hundirse en los océanos de la perdición, entoné con cierta ironía maléfica para entusiasmar a esta creatura del infierno. Me devolvió una sonrisa dejando al descubierto sus colmillos perfectamente blancos. Acércate, le dije. Entiendes lo que dice, le pregunté. Sí, respondió, pero la muerte es más probable si llegamos al final del camino. Lee en voz alta, le ordené. El camino era extenso, nos llevaría unos cuantos días de viaje y necesitábamos armas, comida, agua. La caverna donde habita la bestia que resguardaba el tesoro de los ambiciosos, estaba oculta bajo un sinfín de acertijos que debíamos resolver. Dálastar se acostó en mi cama, lo observé con odio y saqué mi daga apuntándolo amenazante. Consigue tu propio refugio, gruñí. Dálastar suplicó y le dejé dormir en el suelo, con mi daga siempre alerta bajo mi almohada. Continuará...

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