De esas idas a la Capital
Subí el cierre de mi falda, que tapaba tres cuarto de mis muslos. Y me subí a esos tacones impresionantes que me trajeron de Paris. Un pie delante del otro, un tenue meneo de caderas, y el negocio estaría más que cerrado. Un peinado sutil de medio jopo, y un par de rizos que caían sobre mis hombros, me daban el toque perfecto de una empresaria poderosa y rica. Maquillé mis labios de un rojo intenso, y encrespé mis pestañas, al hacer parpadear mis ojos un par de veces, coquetearía muy bien con mis socios. Cogí el coche del garaje de mi padre, esta vez él no iría a concretar el negocio, pues se encontraba enfermo. Así que era yo la más indicada, pues era la única que sabía en qué consistían dichas negociaciones, mi madre y mis hermanos eran inocentes en todo sentido. Mientras ellos dormían como angelitos, mi padre y yo planeábamos toda la noche acerca del reparto vía terrestre de nuestros productos. El Mercedes volaba, mis tacones no eran impedimento para pisar el acelerador a fon...