Amargura del hogar

Era tiempo de volver a casa, se había hecho de noche y la espalda dolía por el peso tremendo de la mochila que se clava perversa en mi. El retorno es largo, aburrido, y peligroso. Mientras retumbaba el motor en mis oídos y pegaba rebotes al final del bus, me imaginaba una taza de té humeante y un bocadillo de jamón calentado en el microondas. Crucé el umbral de mi casa, no había nadie en pie. Vi que la mesa estaba a medio poner y que no había nada para comer, ni cerca a lo que soñé en el bus. Sólo platos vacíos, sucios, vasos usados, una real mierda. Mi enojo es igual cada vez que me olvidan, cada vez que no me guardan algo para comer, cada vez que me menosprecian, mi enojo es el mismo que se desencadena por la desatención, por la despreocupación de quiénes se denominan familia. Una mierda. Subí a mi habitación, allí estaban ellos, quienes me dieron la vida para mi infortunio, sonrientes, por supuesto que no de verme, solo sonríen en su mundo nefasto. Entré a mi habitación, las ...