viernes, 20 de noviembre de 2020

Pensamientos de media tarde

Las noticias no son buenas, la vida te rompe en dos, tres o cuatro partes en un abrupto y repentino segundo. El tiempo. El tiempo te juega malas pasadas, a veces avanza muy deprisa, a veces te tortura lento y siniestro. Estoy en el limbo, me siento cómo en una montaña rusa que te pega el subidón de adrenalina mientras subes a la cima, y te produce un paro cardíaco cuando cae en picada pendiente abajo. Me desespero, me desespero tanto que no respiro. Nada bueno, nada próspero, oscuridad absoluta en mis pensamientos. Y cuándo una pequeña ventana se abre, y logro extrapolar mis duros pensamientos, se cierra de golpe, me aprieta los dedos, duele. El dolor hace que me sienta viva, pero cuánto dolor puedo soportar. No estoy lista. No estoy lista para nada. No estoy lista para soñar, para jugar, para amar, para perdonar, para odiar, para llorar, para triunfar, para fracasar, para hacer amigos, para parecer normal, para ser anormal, no estoy lista, no lo estoy. Un aroma dulce me envuelve en una atmósfera de nicotina vaporizada, inhalo profundo y exhalo lentamente, el dulzor en mi boca me recuerda aquella que por un segundo probé dulce y me produjo adicción inmediata. Pasión y deseo perturbador, encegueció mis deseos de libertad, quise ser prisionera de su boca, de su cuerpo, poseerle. Una estrella fugaz pasó fuera de mi ventana, un asteroide letal que me asombra cada vez que veo una. Curiosamente cada año veo una, pasa rauda y se apaga de repente. Y así sucedió, se apagó, la locura terminó, y el dolor se hizo presente. Una sensación amarga que he sentido siempre, un sabor agrio, un pensamiento suicida. ¿Desamor? No. ¿Una ilusión marchita? No. ¿Una promesa rota? No ¿Un amor imposible? No. Y no es la respuesta perfecta para lo que siento, y no representa a un abstracto menjunje de emociones pútridas. Y lo entendí. Entendí cuál fue el detonador de mis pesadillas, de mis miedos, de mis inseguridades. Fue el cariño. Cuando tu mano acarició mi rostro, me destruí por dentro, el mundo se vino abajo, reventé mi burbuja, vi la realidad. Cuando sentí ese calor, esa suavidad, esa delicadeza, desperté en un campo de pinchos que machacaban mis pies descalzos. Me sentí frágil, desnuda, lloré. Lloré escondida en la oscuridad, entendiendo que el cariño existe, y hace tiempo no lo sentía. Entender que quién dijo amarme, me negaba una simple caricia, me aniquiló. Y me conformé. Me conformé con lo mínimo. Me conformé con el silencio, la lejanía, me conformé con las migajas que dejaban para mí, me conformé con poco, y creía que lo merecía. Que merecía eso, y menos. ¿Quién podría enamorarse de mí? Es la duda maldita que atormentó muchas noches. ¿Será que no nací para ese fin? ¿Cuál es mi fin? ¿Cuál es maldita sea? Cuando la tormenta acabó, y murió el pseudo amor, fui feliz, fui feliz porque me sentí libre, decidida, guapa, sexy, fui feliz. Y cuándo el subidón de felicidad, de locura, de embriaguez llegó a su clímax, conocí el cariño y me hice adicta. Adicta y decidida a sentir, sin miedo, sin tabúes, sin prejuicios, sin cesar. Esas cosquillas hepáticas que te produce la ansiedad de verle revivieron en mis entrañas, las había olvidado. Y aprendí, a que puedo sentir cómo yo quiera, cómo a mí se me venga en gana, cómo me salga del coño. Y aprendí, a qué merezco eso y más. Y aprendí que la honestidad es la clave para hacer las cosas, y la sinceridad es la base de cualquier amistad o aventura. Fui maestra de aventuras, fui una ilusión efímera, y me siento con ganas, de volar cómo fénix, mis demonios se fueron, mis quimeras desaparecieron, mis fantasmas se esfumaron, mis fantasías aparecieron. Y entendí que soy más bacán de lo que pensaba y que puedo con todo a pesar del infortunio, a pesar de los desastres, de la adversidad venenosa, a pesar del maldito tiempo, existo. Que lo disfrutes.

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